miércoles, 22 de abril de 2015

Comenzando...



DEL PORQUÉ DE ESTAS LETRAS

No es difícil de entender el hecho de que un profesor, alguien dedicado a difundir conocimientos y cultura, se interese por la palabra escrita. Para muchos de vosotros, seguramente, tal afición no tenga en nuestro caso gran mérito. Y lo comprendo. ¡Estos locos se han pasado la vida entre apuntes, libros y actividades!, -diréis-. Estos hoy os pinchan a hacer lo mismo: exámenes, ejercicios y tareas, más exámenes. ¡Lee, lee, lee!, ¡escribe, escribe, escribe!, ¡vamos! Sonrío al escribir estas palabras y es esa sonrisa un gesto de complicidad con vosotros, creedme. ¿La razón? Yo no nací adulta, os lo prometo. No nací siendo profe y el gusto por saber más, por informe, por comunicarme, es algo que fue creciendo con los años. ¿A dónde quiero llegar? Si me permitís unas palabras trataré de explicároslo con detalle y para ello creo que es de justicia comenzar por el principio.
Es el aula un lugar único para alguien como yo, de veras. Desde mi mesa tengo el privilegio de analizar bajo el microscopio y a diario docenas de mentes, de ojos curiosos -a veces-, de ideas que de no ser por vosotros ni me plantearía. Cada pregunta que lanzo al aire, cada impresión que recojo, incluso de protesta, es savia fresca que ni en un día completo de reflexiones podrían ocurrírseme a mí sola. Y sin embargo, siento a veces que esas ideas que flotan en el aire, esos sentires que os brotan espontánea o no tan espontáneamente se me escapan entre las puntas de mis dedos. ¡Imposible retenerlos todos!, -me digo. Y es ahí, justo ahí, cuando pienso en el valor que tendría inmortalizar cada una de esas ideas con el sello de la palabra escrita. Inmediatamente me viene a la mente el momento en el que yo misma necesité poner sobre el papel mis reflexiones diarias. Descubrí de pronto que todo cuanto oía a mi alrededor, cuanto veía tomaba más sentido cuando conseguía hacerlo desfilar en perfecto orden en un rítmico baile de palabras: el texto escrito tomaba vida propia.
El acto de escribir es por lo tanto en mi caso un desahogo tras el cual suelo obtener una tranquilidad mayúscula. Es al tiempo un medio de aplacar mi sed de curiosidad, pues tras disponer mis ojos y oídos a absorber lo que sucede en el mundo, en mi mundo, surge la necesidad de gritar mi opinión al respecto. Y no encuentro, no hallaré mejor manera de lograrlo, que escribiéndolo y ofreciéndoselo al mundo. Necesidad, creación artística, terapia, diversión, reto, regalo al cosmos, llamadlo como queráis.
Esta es mi experiencia y mi recomendación: ¡escribe! Cuéntales a todos lo que piensas, cómo sientes y qué opinas. No importa cómo lo hagas, ni cuál sea el tema que te interese, pero escribe. No tengas miedo a hacerlo y no te calles, porque prometo que el mismo día en el que empieces descubrirás que ya no podrás parar.


MARÍA GARCÍA BARANDA 
(Prof. Lengua castellana y Literatura)




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