DEL PORQUÉ DE ESTAS LETRAS
No es difícil de entender el hecho de que un profesor, alguien
dedicado a difundir conocimientos y cultura, se interese por la palabra
escrita. Para muchos de vosotros, seguramente, tal afición no tenga en nuestro
caso gran mérito. Y lo comprendo. ¡Estos locos se han pasado la vida entre apuntes, libros y
actividades!, -diréis-. Estos hoy os pinchan a hacer lo mismo: exámenes,
ejercicios y tareas, más exámenes. ¡Lee, lee, lee!, ¡escribe, escribe, escribe!, ¡vamos!… Sonrío al escribir estas palabras y es esa sonrisa un gesto de
complicidad con vosotros, creedme. ¿La razón? Yo no nací adulta, os lo prometo. No nací siendo profe
y el gusto por saber más, por informe, por comunicarme, es algo que fue
creciendo con los años. ¿A dónde quiero llegar? Si me permitís unas palabras trataré de
explicároslo con detalle y para ello creo que es de justicia comenzar por el
principio.
Es el aula un lugar único para alguien como yo, de veras. Desde
mi mesa tengo el privilegio de analizar bajo el microscopio y a diario docenas
de mentes, de ojos curiosos -a veces-, de ideas que de no ser por vosotros ni
me plantearía. Cada pregunta que lanzo al aire, cada impresión que recojo,
incluso de protesta, es savia fresca que ni en un día completo de reflexiones
podrían ocurrírseme a mí sola. Y sin embargo, siento a veces que esas ideas que
flotan en el aire, esos sentires que os brotan espontánea o no tan
espontáneamente se me escapan entre las puntas de mis dedos. ¡Imposible retenerlos todos!, -me digo.
Y es ahí, justo ahí, cuando pienso en el valor que tendría inmortalizar cada
una de esas ideas con el sello de la palabra escrita. Inmediatamente me viene a
la mente el momento en el que yo misma necesité poner sobre el papel mis
reflexiones diarias. Descubrí de pronto que todo cuanto oía a mi alrededor,
cuanto veía tomaba más sentido cuando conseguía hacerlo desfilar en perfecto
orden en un rítmico baile de palabras: el texto escrito tomaba vida propia.
El acto de escribir es por lo tanto en mi caso un desahogo tras
el cual suelo obtener una tranquilidad mayúscula. Es al tiempo un medio de
aplacar mi sed de curiosidad, pues tras disponer mis ojos y oídos a absorber lo
que sucede en el mundo, en mi mundo, surge la necesidad de gritar mi opinión al
respecto. Y no encuentro, no hallaré mejor manera de lograrlo, que
escribiéndolo y ofreciéndoselo al mundo. Necesidad, creación artística,
terapia, diversión, reto, regalo al cosmos,… llamadlo como queráis.
Esta es mi experiencia y mi recomendación: ¡escribe! Cuéntales a todos lo que
piensas, cómo sientes y qué opinas. No importa cómo lo hagas, ni cuál sea el
tema que te interese, pero escribe. No tengas miedo a hacerlo y no te calles,
porque prometo que el mismo día en el que empieces descubrirás que ya no podrás
parar.
MARÍA GARCÍA BARANDA
(Prof. Lengua castellana y
Literatura)
Muy bonito María, y muy acertado.
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